La ciudad de agosto de Luis García Montero

Baja el avión por fin,
estoy bajando a la ciudad de agosto.
La sombra de las alas deja huellas azules
sobre la tierra seca
y recorre los campos con una vibración
de película antigua.
Estoy bajando, llego
a la ciudad tomada por los brazos desnudos,
llego a la lentitud de los museos,
a terrazas que ponen en los árboles
un brillo de cerveza.
Estoy en la ciudad del calor soportado,
en la ciudad que vive a ritmo de trasbordo.
Calle Santa Isabel, número 19,
donde acuden los taxis con mirada
de perro cazador
y la escalera tiene voluntad
de mano que se cierra,
de mano que se cierra porque esconde
por ejemplo una joya,
una esmeralda de color memoria,
un sueño que se quiere defender,
como dos cuerpos se defienden
cuando están abrazados,
como dos cuerpos que se aman
con una minuciosa voluntad de tormenta,
como dos cuerpos que ya saben
la hora que jamás olvidarán,
el caribe metálico de los ventiladores,
la sombra de sus aspas en el techo,
o las huellas azules,
las alas del avión que vuelve a irse,
en la ciudad de agosto,
en un piso segundo,
en un rincón del viento.