Hablábamos de los dones de la tiniebla.
De los amores muertos.
Cuando se perfiló sobre el Oeste
El oro espeso de la media luna.
‘Mira: es la Luna del Dragón’ me dijiste.
Y los dos la miramos
Como si algo terrible pesara sobre el mundo.
El hemisferio gris parecía lleno
De hondos presentimientos.
No había una estrella sobre el mar en calma
De humaredas y torres.
Nadie dijo: ‘Es la luz que hace al Dragón visible’.
Nadie dijo: ‘Es la casa donde el Dragón habita’.
Nadie dijo: ‘Es la luna que ampara a los dragones’.
Miramos simplemente el cuerno rojo.
La sobrehumana forma que doblegaba al cielo.
Y pensamos acaso en los terrores
De la culpa y la fiebre.
‘Sólo es la Luna del Dragón’ me dijiste.
Pero algo negro ascendió de mi infancia
Y di gracias a Dios de no estar solo.
Seguimos en silencio
Mientras las nubes negras cercaban en la hondura
Aquel objeto de alta magia y belleza.
’Tal vez el nombre viene de las baladas celtas’.
’Yo no sé por qué pesa y aflige como un sueño’.
Era la Luna del Dragón, y nadie
Parecía comprenderlo.
Iban las multitudes, bulliciosas, urgentes,
Atentas sólo a su pequeño misterio,
Mientras sobre las hondas avenidas
Un oro atroz vertía su intemporal influjo,
Y algo terrible y bello batía sus alas rojas
Como un polvo impalpable sobre las tristes tierras.