La muerte viene, sí, con resplandores,
con el hueso del hombre de la esquina;
trae las discusiones del periódico, la política
y el nudo aquél del vino
que ahogaba, a voces, al gendarme.
La muerte viene hoy, ejemplar, enérgica
en el desgarrón de este mi solo traje;
se le cayó un botón a la dulce camisa de mi amigo
y en él la muerte estaba, sudorosa,
con su cálculo máximo, matemática,
comiéndose al botón,
las coles, las manzanas de esta venta.
Y las pobres mujeres, los soldados,
la vieron tercamente pararse en las esquinas
y decirles: «No hay paso para ustedes»,
enseñando su cuerpo de hojas secas,
sus huesos sin milagros, su alma seca.