Desde el primer momento en que tus ojos
miraron, todo tú, recién nacido,
ya te asombró la parte de la sombra.
Ya la supiste límite y sus haces
fluyeron hacia ti en su esencia misma
como, criba de luz, los quiere El Mar.
Dices que ves tan claro bajo el mar…
Que azules son allí todos los ojos
-el pulso azul también- y que una misma
canción suena al morir y al ser nacido:
ese canon de luz con el que tú haces
el pianísimo ciclo hacia la sombra.
Pero tú sabes bien que eres de sombra
e inventas fosas nuevas en tu mar.
Tan pronto son de añil cuando las haces
como les das la luz con nuevos ojos
-niño, ¿quién te contó cómo ha nacido
o cómo nacerá otra vez la misma?
No temas que en la copia de sí misma
también habrá un lugar para tu sombra.
Donde la luz del verso aún no nacido
la cuides en su cáscara de mar,
la curioseen sagaz tus térreos ojos,
la pintes sin salirte de sus haces.
¿Me dejas ayudarte a pintar haces?
Los hay color de luz, de vida misma,
diamantes que se incrustan en los ojos,
carbones que forjó la vieja sombra,
¡y mira el rayo aquel de Sol y Mar
que al Mundo en el albor le fue nacido!
Aprendes de la luz en que has nacido
y su nombre le das a cuanto haces.
Pero ya caes cansado. De alta mar
fluyes despacio ya porque yo misma
te dé un beso y te arrope con tu sombra.
Te velaré, mi amor, aunque tus ojos,
tus ojos, niño nada más nacido,
ya dan a luz la sombra entre mis haces,
sueñan mi misma vuelta al mismo mar.