Es en vano que more en el desierto
el demacrado y hosco cenobita,
porque no se ha calmado la infinita
ansia de amar ni el apetito ha muerto.
Del oscuro capuz surge un incierto
perfil que tiene albor de margarita,
una boca encarnada y exquisita,
una crencha olorosa como un huerto.
Ante la aparición blanca y risueña,
se estremece su carne con ardores
febriles bajo el sayo de estameña,
y piensa con el alma dolorida,
que en lugar de un edén de aves y flores,
es un inmenso páramo la vida.