La torcaza volaba
y tú la contemplabas.
Era luz en la luz del mediodía,
calor en el calor de la mañana,
aire en el aire y tú
la contemplabas.
Tú la veías y eras libre,
porque la libertad de ver se aprende,
porque ser libre de mirar se aprehende
como el río a cantar aprende de los pájaros.
No le importaba a la torcaza su belleza,
pues vanidad no abriga;
volaba y nada más y el mar y el mundo
razón de ser tenían
y existían.
Tus ojos eran sus ojos
y eran sus alas tus alas.