Llegada a Puerto Picasso de Pablo Neruda

DESEMBARQUÉ en Picasso a las seis de los días de
otoño, recién
el cielo anunciaba su desarrollo rosa, miré alrededor,
Picasso
se extendía y encendía como el fuego del amanecer.
Lejos atrás
quedaban las cordilleras azules y entre ellas
levantándose en el valle el Arlequín de ceniza.
He aquí: yo venía de Antofagasta y de Maracaibo,
yo venía de Tucumán
y de la tercera Patagonia, aquella de dientes helados
roídos por el trueno, aquella de bandera
sumergida en la nieve perpetua.

Y yo entonces desembarqué, y vi grandes mujeres
de color de manzana
en las orillas de Picasso, ojos desmedidos, brazos
que reconocí:
tal vez la Amazonia, tal vez era la Forma.

Y al oeste eran titiriteros desvalidos rodando hacia
el amarillo,
y músicos con todos los cuadros de la música, y aún
más, allá la geografía
se pobló de una desgarradora emigración de mujeres,
de aristas,
de pétalos y llamas,
y en medio de Picasso entre las dos llanuras y el
árbol de vidrio,
vi una Guernica en que permaneció la sangre como
un gran río, cuya corriente
se convirtió en la copa del caballo y la lámpara:

ardiente sangre sube a los hocicos,
húmeda luz que acusa para siempre.

Así, pues, en las tierras de Picasso de Sur a Oeste,
toda la vida y las vidas hacían de morada
y el mar y el mundo allí fueron acumulando
su cereal y su salpicadura.

Encontré allí el arañado fragmento
de la tiza, la cáscara del cobre,
y la herradura muerta que desde sus heridas
hacia la eternidad de los metales crece,
y vi la tierra entrar como el pan en los hornos
y la vi aparecer con un hijo sagrado.

También el gallo negro de encefálica espuma
encontré, con un ramo de alambre y arrabales,
el gato azul con su abanico de uñas,
el tigre adelantado sobre los esqueletos.

Yo fui reconociendo las marcas que temblaron
en la desembocadura del agua en que nací.
Primero fue esta piedra con espinas, en donde
sobresalió, ilusoria, la rama desgarrada,
y la madera en cuya rota genealogía
nacen las bruscas aves de mi fuego natal.

Pero el toro asomó desde los corredores
en el centro terrestre, yo vi su voz, llegaba
escarbando las tierras de Picasso, se cubría
la efigie con los mantos de la tinta violeta,
y vi venir el cuello de su oscura catástrofe
y todos los bordados de su baba invencible.

Picasso de Altamira, Toro del Orinoco,
torre de aguas por el amor endurecidas,
tierra de minerales manos que convirtieron
como el arado, en parto la inocencia del musgo.

Aquí está el toro de cuya cola arrastra
la sal y la aspereza, y en su ruedo
tiembla el collar de España con un sonido seco,
como un saco de huesos que la luna derrama.

Oh circo en que la seda sigue ardiendo
como un olvido de amapolas en la arena
y ya no hay sino día, tiempo, tierra, destino
para enfrentarse, toro del aire desbocado.
Esta corrida tiene todo el morado luto,
la bandera del vino que rompió las vasijas:
y aún más: es la planta de polvo del arriero
y las acumuladas vestiduras que guardan
el distante silencio de la carnicería.
Sube España por estas escaleras, arrugas
de oro y de hambre, y el rostro cerrado de la
cólera
y aún más, examinad su abanico: no hay
párpados.
Hay una negra luz que nos mira sin ojos.

Padre de la Paloma, que con ella
desplegada en la luz llegaste al día,
recién fundada en su papel de rosa,
recién limpia de sangre y de rocío,
a la clara reunión de las banderas.

Paz o paloma, apostura radiante!

Círculo, reunión de lo terrestre!

Espiga pura entre las flechas rojas!
Súbita dirección de la esperanza!
Contigo estamos en el fondo revuelto
de la arcilla, y hoy en el duradero
metal de la esperanza.
«Es Picasso»,
dice la pescadora, atando plata,
y el nuevo otoño araña
el estandarte
del pastor: el cordero que recibe una hoja
del cielo en Vallauris,
y oye pasar los gremios a su colmena, cerca
del mar y su corona de cedro simultáneo.

Fuerte es nuestra medida cuando
arrojamos -amando al simple hombre-
tu brasa en la balanza, en la bandera.
No estaba en los designios del escorpión tu
rostro.
Quiso morder a veces y encontró tu cristal
desmedido,
tu lámpara bajo la tierra
y entonces?
Entonces por la orilla de la tierra crecemos,
hacia la otra orilla de la tierra crecernos.

Quien no escuche estos pasos oye tus pasos. Oye
desde la infinidad del tiempo este camino.
Ancha es la tierra. No está tu mano sola.
Ancha es la luz. Enciéndela sobre nosotros.