Lo dice, repite y repite una voz, garganta, entrañas de mujer que dulcemente se desgranan en sílabas, dulces palabras de mujer que dicen, gustan y regustan que por siempre llevarás sabor a mí. Tus labios llevarán sabor a mí. Y la memoria va desperezándose, desenredando ovillos, dorados o azules o cordíalmente grana, ovillos de palabras ondulantes de suave caminar hasta allí (donde aún no estaba Guiomar) y allí las palabras. Las palabras deslizándose por el aire cálido, desde el aire a los adentros, mis adentros aquí que ahora las escuchan en algún tocadiscos vecino, que ahora las gustan y regustan avivadoras de un tiempo tejido con ellas, con esas o parecidas palabras que cantaban verdades lánguidamente tristes, o fulgurantes como abiertas quemaduras, que iluminaban ilusiones de verdades. Palabras, de mujer o de hombre: palabras de bolero. De mujer, aquéllas, éstas que dicen y repiten y regustan sabor a mí, a mí que ahora, en gesto convencional, junto los párpados en son de recuerdo y dejo que mi cabeza repose en el hueco de mis manos y me dispongo a pensar que pienso y pienso ahora si llevarás sabor a mí, si llevaré sabor a ti si llevarán tus labios –¿dices que nada se pierde?– sí aún llevaran tus labios, que dónde los sabores otros que traías, los que creíste eternos, este mío de hoy…
Mira, yo, la Guiomar por ti creada, estoy ahora –fondo azul de boleros– creando una ilusión: por siempre llevarás sabor a mí. Y quien vive de crear ilusiones no morirá jamás de desengaños.