Mediaba ya la noche, y en la imponente calma
la voz de la tierruca metióse por mi alma.
¡Oid lo que decía!
¡Porque ella es vuestra madre, lo mismo que es la mía!
“El mar cantó sus ansias, y en un abrazo ardiente
ciñó a la hermosa tierra del Nuevo Continente;
y gloria del Eterno, del mundo maravillos,
de aquel abrazo ardiente surgieron las Antillas.”
“Yo soy una de ellas. Borinquen es mi nombre,
y tengo, cual ninguna, la admiración del hombre.”
“Un príncipe que irradia más brillo que el rubí,
que todo cuanto mira lo llena de arrebol,
al contemplar mis galas, se enamoró de mí.
Yo le amo, y soy la esposa de ese príncipe: ¡el Sol!”
“Porque soy de mi padre la más grata delicia,
él me tiene en sus brazos, me arrulla y me acaricia.
Porque soy de mi esposo el más grato embeleso,
me manda en cada beso
los vívidos matices que extiende en su paleta,
bordando de primores mi túnica gentil.
(En mi campo y mi cielo pinta el rojo, el violeta,
el gualda, azul y flavo, el verde y el añil).”
“Mi padre da el tesoro divino de sus aguas.
Mi esposo, con el fuego potente de sus fraguas,
les quita la amargura;
las baña de dulzura,
y las transforma en mieles
en el laboratorio del tallo de mis cañas;
les lleva a que fecunden mis plácidos verjeles,
y hagan cuajar el grano, señor de mis montañas,
y amante las dirige al seno de mis rocas
para que surja el hilo que, después arroyuelo,
deleite con su linfa las sitibundas bocas,
y perle de mis faldas el vaporoso vuelo.”
“¡Ya ves! Padre y esposo me dan en holocausto
lo que mi vida llena de incomparable fausto,
y todo lo que tengo, y todo lo que soy,
a ti, que en mí naciste, ufana te lo doy,
no más con que en mi suelo, por toda pleitesía,
realices del Trabajo la santa hegemonía.”
“Yo te daré la copa de lícitos placeres;
la no igualada esencia que flota en mi campiña,
el bello panorama de mis amaneceres,
el corazón sin dolo de la impoluta niña
que tiene por guedejas hilachas de la noche,
por tez, el róseo nácar de fino caracol,
para el festín del beso, un perfumado broche,
y bajo sus pestañas, el fuego de mi sol.”
“Regalaré tu oído con la divina orquesta
de las canoras aves que en mi gentil floresta
nos dicen su cantar,
y arrullarán tu sueño la voz de mi cascada,
la charla peregrina de mi sutil quebrada,
la risa de mis silfos, y el trueno de mi mar.”
“Para obtener los hilos de perlas orientales,
y cuarzos, y esmeraldas, y primorosos chales
que de tu amada eleven el mágico esplendor,
darán oro, el cafeto que vive en mis montañas,
el jugo de mis cañas,
y de mis naranjales el globo ignicolor.”
“En cambio -ya lo dije- de los brillantes dones
con que sembrar anhelo de dichas tu vivir,
conságrale el trabajo fecundas oblaciones
que brinden a tu patria soberbio porvenir.”
“Si el campo te enamora, oficia de labriego,
y ofrece a mis entrañas de tu sudor el riego.
Si de la muchedumbre ser redentor prefieres,
tu corazón aleja del sórdido egoísmo;
predica al ignorante que cumpla sus deberes,
y dale, con tu ejemplo, lecciones de civismo.”
“Canta, si eres poeta,
mis regios esplendores;
si émulo de Murillo, surja de tu paleta
la copia de mis llanos, mis cumbres y mis flores,
y haz, si, mentor, diriges la cándida niñez,
que de la patria sea gloria, y orgullo, y prez.”
“Jamás por necia moda reniegues del pasado,
ni a cuanto da el presente le brindes tus loores.
¡Fulgores y negruras España nos ha dado!
¡De América nos vienen negruras y fulgores!
Haz que conserven puras sus almas mis doncellas,
para que siempre brillen con resplandor de estrellas;
que el fuego en los hogares no extingan mis matronas,
para que brillen siempre sus fúlgidas coronas.”
“Mantén esplendoroso tu idioma peregrino
y el culto hacia lo bello que te legó el latino,
y del sajón emula, como altas cualidades,
su orgullo por la patria y sus actividades.
Sé Washington en eso de odiar la tiranía;
pero sé don Quijote en punto a cortesía.
¡El gesto del gran Roosevelt admira con tesón,
sin olvidar el gesto de Alfonso de Borbón,
y ten, de ibero y yankee, la hermosa valentía.
Así será el criollo, en no lejano día,
más grande que el latino, más grande que el sajón!”
“No vendas al extraño ni un jeme de mi suelo,
porque vender mi suelo será venderme a mí;
y cuando el alma tuya remonte a Dios el vuelo,
la fosa que te guarde cobíjela mi cielo,
para que me devuelvas lo mismo que te di.”
Tal dijo la tierruca. Con pálidos fulgores
iluminó la aurora la bella lejanía.
Las aves despertaron, abriéronse las flores,
y el atiempo que en la tierra, en mi alma amanecía.