Para Tito Flores Galindo
Un guardacaballo gigantesco reposa sobre el techo de mi casa.
Sombra contra la luz y los cangrejos calientes del cantil. Es la frontera.
Más allá sólo existen la China y el Japón (suelo decir)
aunque en verdad primero están los montes de coral.
Y antes todavía
una recua de islotes en naufragio / blancos y viejos como
esta misma orilla. Finisterre.
Las lizas argentadas y las lomas remontan la corriente de las aguas servidas.
Y los pubis son agrios bajo el peso de las moscas zumbonas.
Banda del mar Pacífico que ninguno codicia. Una casa rosada,
sus florones de yeso y un reloj.
Aquí estoy, en el límite exacto de la tierra. Las ratas del cantil
son como acacias abiertas por la sal.
Finisterre. Los cirros y los cúmulos descienden en tropel de Pacasmayo
y se demoran en el aire del Sur.
La isla del Frontón se bambolea como una vaca muerta a la puesta del sol.
Y nada resta.
Vuela el guardacaballo sobre las olas. Se disuelve el paisaje y los navíos
evitan esta costa imaginaria.