Mayo hundió treinta y un garfios en mi espalda de Román Luján

MAYO HUNDIÓ TREINTA y un garfios en mi espalda
Cómo explicarlo: el mundo
solía esperarme a la vuelta de la esquina
deseable por lejano inmerecido
futuro aún en su cáscara
justo antes de pudrirse

Pero una tarde —certeza de lo inmóvil—
el hastío del mismo ocaso mismo puño mismo nombre
mismos aparadores celando la belleza
irrumpió con su enjambre de silencios
con su discreta furia

Cada golpe
fue exacto paciente irreversible:
el ansia por ejemplo y sus relámpagos
sacudieron el cielo de la alcoba
devastaron
senderos vírgenes de tanta incertidumbre
Superado el incendio
cierta angustia
fue esparciendo mandíbulas de acero en el follaje
de aquel mes carnicero
y una a otra gotearon mis entrañas
en su espiral nocturna

Mayo hilvanó un collar de rostros un rosario
colgado entre las fauces de una hiena
que en sueños me persigue
sórdido bufón que exuda miedo
en las fisuras más tiernas de mi sombra
hasta volverme ajena la sintaxis
el pan del hambre asir una cuchara

Y ahora a pocos meses
de reunir las costras
dispersas en la almohada
de emerger ya sin córneas
que resistan el peso de la aurora
a poco de fingir
que el miedo cicatriza en mis costados
y apretar el mango del grillete
para no caer sin furia en qué morirse
hundo mi pie en el aire
reconozco
el mismo polvo ardiente en mi esqueleto
el mismo borrador abandonado
la fuerza que adelgaza en sus extremos
esta vacilación creciente de la sangre
que a ratos pacifica —robustece—
antes de volverse la resignación
del que no haya su reflejo
en el charco después de la tormenta