I
Un almuerzo de averías y lutos instantáneos
detrás de las ventanas.
La soledad es una mentira para acercarte
a los besos con premeditación.
Sólo esta sensación de pan lejano,
de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,
sólo la certidumbre
de masticar el aire, de ver que todos
se han muerto de repente
en este mediodía abierto a los abismos.
Está bien,
todos comprenden que la vida es una cosa de siesta
postergada. Todos
se han marchado a amarse a los vertederos de la ciudad;
como si la vida fuera una cosa de siesta postergada
han cogido sus pertenencias y no han dicho me voy:
el éxodo de los baúles, los libros, las indigencias
y acaso un hombre conocido entre la muchedumbre,
un hombre con el cabello sucio y
en la boca
cierto resabio de siesta postergada.
II
Yo, mientras, cuento con paciencia las arenas que me habitan
y no estoy sola entre tanto caos
y esta fauna irreverente que me crece desde adentro
y me pregunto dónde podrás estar
cuando el naufragio llegue
y
que si vas a volver separando las aguas,
frenando
la lluvia de este día, comiéndote
los charcos tiempo
de mi casa,
instalando sin dolor
tu maldición
de aguacero.
Es pronto para decir que se han precipitado
las aguas.
Y el ángulo recto insostenible del amor,
del amor que comercia con los pasos lentos
de un elefante creciéndote en la boca.
Que si vas a venir con Abraham, con Josué,
habitando la fortuna de los dioses y
sus iras
o
subido sobre la arquitectura apretada de un poema
Con los hijos desheredados de la infancia.
(Querían verte con una sonrisa plana y
ensortijarte
el cabello en los cines de pueblo
y yo,
acercarte un poco más al lugar donde la palabra
es una mujer abierta de piernas, animal
gestante,
infinitamente divisible, una estructura
de miedo
laberíntica e infranqueable).
Es bastante pronto para afirmar
que se han precipitado
las aguas.
En todo caso vendrás, vendrás, amor,
porque el futuro cese.
III
Y debo preguntarme dónde estarás ahora,
entre qué destrucciones, entre qué cadáveres,
recordando qué malditas aventuras de niños,
sólo de niños, pero
temprano
es una palabra no muy bella,
y yo ya no puedo con viejas historias
de novios
que se besan en los puertos y hacen el amor
en los portales,
no puedo ya con las leyendas heroicas de
mi pueblo, no
tengo apenas un miedo que
devaste las canciones
y no sé si es prematuro decir
que casi te amo
cuando la palabra triste deja de pesar sobre
las conciencias.
Imposibilidad
del
amor
turco
sólo hay un pan inútil y trabajoso
y niños que se suicidan gentilmente
debajo de
la escalera, sangre
que desborda
el cuarto de las escobas, y
un muerto fragilísimo cayéndosenos
justamente
cuando una órbita se abre y olvida sus sucesiones,
cuando algo ha
perdido el
ritmo y
desconoce de pronto
sus herencias de engranaje.
IV
Bueno, mi amor, y luego todos los hijos
que no llegaron a tiempo para la celebración
del vino
y el espanto
de las ventanas tapiadas.
V
El sol inventa excusas y entonces tú
tendrías que llegar,
irrumpir en los pasillos,
echar abajo las puertas,
preguntar por algún nombre y besar con amor
todos los maltratados brazos.
Tendrías que despojarte del cuchillo,
de las artes
de la lucha y del polvo del combate
y amar como los hombres grandes
alzados en las estatuas,
amar brutal e impunemente
con altura de grito
que cierra todas las guerras.
Ya ves, en cambio yo admito tristemente
esta ubre soleada
que entra por las terrazas
mientras
espero en silencio
a que se cumplan la mayoría de las profecías
que anunciaban
tu llegada intempestiva
de fiera desconcertada y atroz
en medio de las alcobas.
Yo, la de los pechos más tristes,
la vestal de piedra y espuma
(Penélope no lo habría dicho entonces)
te esperaré, sí, con un poema siempre inmediato
en los ojos
y un cinturón de castidad a rayas,
detrás,
detrás,
aferrada al más hermoso mocharabiyeh.