Mejor que una punta fina
para herirte sin remedio,
la filigrana perdida
en laberintos de sueño.
Y mejor, los gavilanes
que se posan en tu mano
como suspiro de alfanjes
entre la flor y los ramos.
O, mejor, la paz del día
que no necesita espada
sino una flecha encendida
de sol entre lentas ramas.