I
QUIÉN te bebe, vino oscuro,
Quién, en tu borde,
Sus labios duerme
Riegas la aridez de la noche,
Mas tu hacer se estremece
Al son de la borrasca.
De tu silencio fluye
Anudada la sangre
A tu humedad.
II
Viertes el brillo de lo que fue
Sobre la copa que tamiza
La luz en alto.
Viertes la danza del forastero
Intermitente en el refugio
De la noche que mengua.
Viertes el sabor de quien resurge
Sobre la vida que decrece
Bajo el peso de la fatiga.
III
Alguien,
Si alguna vez, tan intensamente
Fue, como el recuerdo gime,
Arde tan lejos que ya lo creo
Verdadero en la distancia.
Quise arder sobrevivo de su cuerpo
Que no fue. Mas mi empeño, de dañarlo,
¿No sería una extraña forma
De amor? ¿No sería acaso el deseo,
Arder distantes
En la memoria?
Deslízate en mis labios que no siento,
Pues me colma
Tu inexistencia.
IV
Como el nombre en el verbo, sucumbid,
Chorros, en busca
De lo ya escrito;
Sucumbid, como el vino
Ahonda con su peso
La copa
De oscuridades.
Que tal es mi deseo,
Silencio ebrio de sí.
(de Disparos en el paraíso, 1982)