Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
hermoso y fiel amigo,
que esta tarde de lluvia me han hablado
todos tus violoncelos:
comentaban
aquellos viejos días de salitre
tan ebrios en la ausencia,
tan repletos de arena y soledades,
tan siempre regresados.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
ángel truncado en vuelo,
que tu voz se me enreda entre los ojos
como una hiedra lenta y me retorna
a infancias melancólicas,
a cansadas esquinas, a horizontes
que jamás se me alzaron,
a las sombras de olivos sin ternura
en las desiertas sendas.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alegre compañero,
que te sientes aquí, junto a nosotros,
en este exilio de paredes blancas
que hemos ido naciendo entre poemas
para volver a ser más puros,
quizá para volver a ser, tan sólo.
Ponte cómodo, hermano,
toma un vaso de vino, bebe, canta,
que esta tarde de lluvia no hay tristeza
que nos pueda rendir,
aunque algún clavicémbalo nos hiera
las perdidas memorias, los espejos
de lejano mirar.
Sólo quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alondra de esta casa,
que resumes el tiempo en nuestras sienes,
que tus alas nos cubren
para tomar el pulso a las mañanas,
que nuestra torpe lluvia se diluye
como el humo olvidado de un mal sueño
al escuchar tu luz.