Muérdagos furiosos retintaron los árboles.
Hubo una llamarada en cada objeto.
La misma inquieta llama compartida
por los amantes frente a sí
ante la suave y lenta tela que desciende
hasta que al fin, noche de luna,
desnuda como un dedo ensortijado,
renaces desde siempre:
En tiestos líquidos derramas
tu paso de turquesa por galerías de malva.
¡Oh, noche! cómo vienes, cómo llegas…
Enhebrados los párpados al frío,
acariciando espaldas, brazos, cuerpos,
posiciones de amor,
todo el amor,
bajo un lejano jacintal de estrellas.