Mucho antes de que te vuelvas vieja y gris,
la sombra de mi nube sobre la extensión
de naturaleza y cultivo: tu tierra,
como un copo leve de ceniza, imperceptible
para todos ellos, pero todavía no para ti,
cuando se la lleve un último viento pálido,
se rizará convulsionada por el adiós,
y te dejará el recuerdo de un frío caduco.
Sé cómo, después, se les abrirán los caminos
del sol, cuando, dentro de la múltiple sorpresa
de hojas nobles, les aguijonee el oído
la ágil flauta infernal de tu mediodía.
Lo sé yo, que ahora enneblino tu profundo
crepúsculo matinal. Todo desesperación
de levantarme, me hago jirones en espinos
y lleno de llanto caballones de incertidumbre.