Mi noche es como un valle reluciente de huesos.
La piel arena, sílice. Los labios agrietados.
Una cruz de ceniza sobre el vientre desnudo.
Heme aquí entre malezas, entre ortigas,
muerta de cara al techo de mi alcoba,
con la luna bailando en mi pupila
y el corazón como una liebre herida
que persiste en vivir. Quizá algún día
un enjambre de abejas fabrique su colmena
cerca de mí. Quizá algún día
me despierte el zumbido de su vuelo
sobre mis ojos, sobre mi garganta
y reverbere el cuerpo, luminoso,
como un antiguo mar que alza sus olas.