Sentadas sobre un pozo alabastrino
una mujer desnuda -amor profano-
y una blanca doncella -amor divino-.
¿No recordáis el cuadro de Tiziano?
También en el nocturno chopiniano
se oye primero el cántico argentino
que nos dice las rosas del camino,
que al goce invita del amor profano.
El ave del amor borda su trino
escondida en el bíblico manzano,
y un cupidillo frívolo y pagano
apunta al cielo el chorro cristalino.
Es todo risas. Se respira un vano
perfume anacreóntico; y el vino
tiñe acaso el paisaje veneciano
como en una vendimia de Bassano
o en una bacanal del Aretino.
Un acorde litúrgico; imagino
que lo trenza algún órgano cristiano.
Es la aureola del amor divino
la que ilumina el corazón humano.
Renunciamiento, paz, quietud, lejano
son de plegarias místicas. El lino
de un cuento nazareno y peregrino
devana el dulce corazón del piano.
Y se piensa en el claustro; el vespertino
toque de Ángelus, trémulo y lontano,
un conventual jardín benedictino,
azucenas, cipreses, una mano
blanca en las sombras lentas adivino…
Pasa el encanto del amor divino.
Vuelve el triunfo del amor pagano.
Ya conoces los dos, mi buen hermano.
Pero tú no decides tu camino.
Es tan bello el amor a lo profano…
Es tan bello el amor a lo divino…