Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora.
Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve. Todo tan blando
como las bayas rojas del acebo.
Nuestro abandono es grande como la existencia, profundo como el sabor
de las frutas machacadas. Nuestro abandono no termina con el cansancio.
No es un error la lentitud, ni habitan nuestra alma las oquedades del conocimiento.
En algún zarzal lejano anida un pájaro de aceite que nace con el día. Siento su sed
granate algunas veces. Su abandono es tan dulce como el nuestro.
Su lentitud no está desposeída de costumbre.