Oh tú, alegre, que los brazos levantas desnudos,
de espesos racimos de azúcar cargados,
mientras el amanecer sonríe en tu boca;
en cuyo cuerpo de los frutos canta la sangre,
toda canción, campana de tierra, vida.
Por tu garganta de paloma el arrullo sube,
lírico azogue, termómetro de nieve,
temperatura de la dicha, clima exacto.
Joya del hombre, alhaja del universo,
juego de Dios, vino del cielo, alegría.
Alegría. Más ¿alegría? La gracia pesa.
Lágrimas de orballo -¡ay cuantas! -pide la rosa.
La muerte ronda la flor de la mariposa.
Cuánta tristeza en tus blandas pestañas,
ácido lecho el río de tu risa.
Tan indefensa, tan frágil es la belleza.
Un contracanto de oscura melodía
el alma escucha en la cascada centelleante.
Cordero sin tacha que en el prado salta,
el dolor embaza los ojos que te quieren.
Almendro en la noche enraizado.
El luto brota en el lino del noviazgo.
¡Qué triste eres criatura de alegría!