Ha muerto, está la losa confirmando
su descenso al infierno, un largo epílogo
de ávidos bisturíes y transfusiones.
Mas no bajan con él los días aciagos
y un espejo prolonga su adversa simetría
sobre el país inerme.
No ha acabado el eclipse. El dolor sigue,
la noche sigue proponiendo al aire
proyectos infinitos que ya apenas perturban
porque se abandonaron: hoy devienen
derrotada memoria de una herida
que no defiende nadie.
Ahora, en la incertidumbre de esta muerte,
contemplo a solas una luz difusa,
cada vez más lejana. Hay en las playas
pura lluvia sin fin, y en los caminos
igual desesperanza, más árboles sin vida
para este otoño súbito.