Sería la una de la noche
o la una y media acaso
En un rincón de la taberna,
tras el tabique de madera.
Los dos tan sólo en el lugar vacío.
Una lámpara de petróleo vagamente lo iluminaba.
Dormía el sirviente a la puerta la fatiga de la vigilia.
Nadie podría vernos. Aunque ahora
la pasión era tan intensa
que la prudencia desbordaba.
Entreabrimos nuestros vestidos, ya muy escasos en el ardor
de un divino mes de julio.
Cuerpo gozado en la levedad
de las ropas entreabiertas.
Desnudez breve de la carne, cuya imagen ha atravesado
veintiséis años y ahora acude
y permanece en el poema.
Versión de José Ángel Valente