Por los gregorianos muertos de Ignacio Ramírez

(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana, 1872)

Cesen las risas y comience el llanto.
Esta mesa en sepulcro se convierte.
¡Vivos y muertos, escuchad mi canto!

Mientras que vinos espumosos vierte
nuestra antigua amistad, en este día,
y con alegres brindis se divierte;

y en raudales se escapa la armonía;
y la insaciable gula se despierta;
y va de flor en flor la poesía;

y el júbilo de todos se concierta
en una sola exclamación: ¡gocemos!,
y gozamos… La muerte está a la puerta.

Rechazar unas sombras, ¿no las vemos?
¡Ellas nos tienden suplicantes manos!
Ese acento, esos rostros conocemos.

¿No los oís?, ¡se llaman gregorianos!
Permíteles entrar, ¡oh muerte adusta!
He aquí su asiento… Son nuestros hermanos.

Pudo del mundo la sentencia injusta
proscribirlos, mas no de mi memoria:
Conversar con los muertos no me asusta.

Algunos de ellos viven en la historia;
otros, en florecer ocultamente
cifraron su placer, su orgullo y gloria.

Villalba asoma su tranquila frente
y el fraternal abrazo me reclama…
Y yo no puedo declararlo ausente.

¡Ay! en Fonseca ved cómo se inflama
el paternal cariño, no olvidado,
y, por nosotros, lágrimas derrama.

¿Será de nuestro seno arrebatado
Domínguez, que constante nos traía
un fiel amor y un nombre venerado?

¿No guarda nuestro oído todavía
los brindis que en el último banquete
pronuncian Soto, Iglesias y García?

Pero ¿será la Parca quien respete
los votos del dolor? ¡Empeño vano!
¡Turba de espectros, a tus antros vete!

¡Separóse el hermano del hermano!
Para sentaros a la mesa es tarde,
¡para irnos con vosotros es temprano!

Para vosotros, ¡infelices!, no arde
ya un solo leño en el hogar; ni miro
cuál copa vuestros ósculos aguarde.

¡Sólo va tras vosotros un suspiro!
Idos en paz; y quiera la fortuna
no cerrar a la luz vuestro retiro.

Odio el sepulcro, convertido en cuna
de vil insecto o sierpe venenosa
donde jamás se asoman sol ni luna.

Arraigue en vuestros huesos una rosa
donde aspire perfumes el rocío
y reine la pintada mariposa.

Escuchad sin temor el rayo impío;
y sonreíd al contemplar cercano,
vida esparciendo, un caudaloso río.

¡Para irnos con vosotros es temprano!
Aguarde, por lo menos, la Impaciente
que la copa se escape de la mano.

Más que a vosotros ¡ay! rápidamente
¿por qué de la existencia nos desnuda?
A éste despoja la adornada frente;

al otro dobla con su mano ruda;
a unos envuelve en amarillo velo;
y algunos sienten una garra aguda

en las entrañas, y en las venas hielo.
¡Ay! otra vez vendrá la primavera
y hallará en nuestro hogar el llanto, el duelo;

y este festín veremos desde afuera.
Tal vez alguno a despedirse vino.
Turba de espectros, al que parte, espera.

¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
que llevamos? La tumba. Ya naufraga
nuestra nave; en astillas cae el pino;

quién en las aguas moribundo vaga;
quién a la débil tabla se confía,
y el que a la jarcia se subió, no apaga

la luz de la esperanza todavía,
y conviertan sus golpes viento y olas,
y el cielo inexorable un rayo envía.

Sube el fuego a bajar las banderolas,
y el ave de rapiña, el triste caso,
y las fieras del mar lo saben solas.

¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el acaso?

Si derramado por la edad le veo,
sólo en las manos de la sabia tierra
recibirá otra forma y otro empleo.

Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores.
Ido el placer, la muerte ¿a quién aterra?

Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza.
Nací sin esperanza ni temores:
Vuelvo a ti sin temores ni esperanza.