Presos los dos de aquel imposible decoro
adolescente,
ni yo me sonrojé ni usted tampoco hizo nada por llamarse
al orden
cuando después de las risas y las aceitunas rellenas,
habiéndonos lubricado previamente al oído
con una minuciosa lista de vicios sexuales,
fuimos al amor como quien va al estanco de los primeros
cigarrillos.