Y decirle: Acúsome, reverendo padre. Acúsome del descuido que os reveló
mi rostro, de la negligencia de mi velo en ocultar mi codicia. Acúsome del
lazo que tendí a los pies de vuestra reverencia, de la tela de araña emboscada, del grillete que aprisionó
vuestra mirada en mi sombra. Acúsome de ser lanza en el vientre, medusa entre las piernas, desvelo
de vuestra reverencia y sed. Acúsome de clavaros la aguda y persistente dentellada de los rosales del remordimiento.