Saludo al padre de Luis Izquierdo

Vuelves de nuevo a mí,
oh pobre triste cuerpo que olvidé,
ya desde mucho tiempo atrás,
en las selladas riberas del instante.
Descuidado del hombre te emplazaba
como un pesar que el tiempo augura,
cuando el dolor no es carga y se desea
-afán de plenitud- ardientemente.
Te conjuraba entonces.
No venías.
Cuerpo de soledad, yo te intentaba
sobre mi juventud.
Romántica
mente desde presagios de pena que esculturan
la angustia original de aquellos años.

Hoy, conmigo ya y sin mí,
precipitas serena la existencia.
Sólo en silencio sé lo que me dictas,
te vivo entre recuerdos y conjuros,
te sé junto al mar nuestro y los olivos.
Contra el asfalto esperas, detenido,
suelto tu corazón al que quisiera
guardar a solas junto a mí.
Hacia el ayer te siento, larga sombra
eternamente al paso proyectada.

Jamás la oscura sensación de lo indecible
podrá seguirte el gesto, pero sabes
que voy contigo siempre y te persigo,
muerte tan clara de una voz a solas
por las presencias neutras del olvido.