Encendí entendimiento sólo para tender
mis huesos en el tálamo del cansancio.
Luego puse cerradura a los ojos
con cautela
y me dormí yacente a todo lo largo del sueño.
No había en el sopor más que temores
y vacíos abismales.
Entonces entorné la ventana para sentir frío
y simulé no estar vivo.
Penetró el aire como en estampida
y fue el silencio roto el que arrancó la demencia
que colgaba de los árboles prosternados y torcidos,
y de mis pies
que zumbaban con estridencia
en medio de la bruma.
Los ángeles y los demonios se besaban furiosos
disputándose mis pertenencias.
Yo sólo atinaba a prender fuego a mis horrores.
Quería quemarlos vivos.
Quería alejarme de los espectros,
que me cortejaban para sorprenderme.
Y no conseguía abrir los ojos en la escarpadura.
Caía desalado.
Caía todo yo con el pálpito
de la destrucción.
Me precipitaba anhelante de resacas
a océanos inacabables de fuego,
como un poseído,
simulando estar vivo.