Sobre el ángel y el hombre de Claudia Lars

I

Me salva de mí misma:
huésped del alma en alma devolviendo
la palabra que abisma,
lo que entiendo y no entiendo
por este viaje en que llorando aprendo.

Amoroso elemento
forma su fina y leve arquitectura;
con ágil movimiento
de flor sin atadura
abre su vuelo reino de blancura.

Sube de mí, conmigo,
a cumbres de silencio, a ruido vano;
siendo el eterno amigo
con invisible mano
siembra fuego cantor en barro humano.

Su llamada secreta
colma venas de noche, luz vigía;
es canción y saeta,
profunda compañía,
íntimo sol…para mi breve día.

Le he visto por la nube
con rabel de pastor cuidadando sueños;
por su arboleda anduve
sobre aromas pequeños,
y era el abril de verdes abrileños.

Cuando el clavel tenía
edad de tierna boca adolescente;
cuando el gorrión ponía
aleteo en mi frente,
él ya me daba su lección paciente.

Mi soledad le pide
alta verdad y voz corregidora;
sé que su tiempo mide
vida razonadora
y miseria viviente, hora tras hora.

Calor sin mengua vierte
en puertasola, bajo nieve hundida;
amando me convierte
en amante aprehendida,
y ya no puedo estar semidormida.

Contraluz de mi pecho
a veces me lo vuelve casi nada;
mas del soplo deshecho
su pena derramada
es goce de otra cita enjazminada.

Isla de mar adentro,
donde dulce marea crece y canta;
iluminado centro
que hasta el cielo levanta
angélico poder de mi garganta.

II

Ángel enamorado
de la doliente casa de los hombres;
criatura sin pecado
que dejas, olvidado,
el nombre eterno en terrenales nombres;

tu escondida presencia
es un fulgor que canta o que suspira;
la muda confidencia
se escucha en la conciencia
y a veces…con el aire se respira.

Proclamo tu blancura;
quiero explicar espacios que no entiendo:
aquí…mi luz oscura,
allá…lágrima pura,
y el mundo su ceguera defendiendo.

Si tu mano en mi mano
coge parte del río que se bebe;
si la hoja y el grano
del pulsante verano
son en tu fino amor latido breve;

prolongado latido
es en mi corazón lo que despiertas;
y vives recogido
en mi frente o perdido
por esta noche de cerradas puertas.

Escucho los rumores
que vienen de la pálida ribera;
con mis versos menores
y mis grandes amores
persigo la existencia verdadera.

Tu designio me obliga
a encontrar el camino innominado;
tu desvelo me liga
a dolor y fatiga
del que va con el grito desgarrado.

Alumbras y sostienes;
brotan dulces praderas de tu aliento;
estás conmigo…vienes
del soplo que mantienes
en vasto y poderoso movimiento.

Buscándote en mi sombra
-entre el miedo de ser y de acabarme-
cuando el alma te nombra,
al nombrarte se asombra
de que quieras oírme y ampararme.

Morador de mi sueño:
por tu brasa de luz, por tu alborada,
este día pequeño,
este fugaz empeño,
son tu abismo de vida y tu posada.