Toisha V de Camilo José Cela

1

Ahora que ya tus ojos son como sal, y fértil
Tu inmensa boca es un volcán difunto.

Ahora que ya los lobos y las piedras,
Tus vestidos pegados cual olvidadas vendas

Y este atroz mineral que extraje de tu pecho,
Son reliquias tan ciertas como antiguos abrazos.

Ahora que tus axilas pueblan de olor el mundo
Donde yo con mi piel de viudo te presiento.

Ahora que tus zapatos, tus sostenes, tu lápiz de labios,
No me dan más que frío al encontrarlos.

Ahora que ya no puedo dormir donde has dormido
Porque mis ojos lloran azufre y yodo ardiendo.

Ahora que ya no puedo ver tu talla desnuda
Porque alambres al rojo se clavan en mi sexo.

Ahora que los domingos, salgo sin rumbo, inmóvil.
Y que tranvías, yeguas, las moradas mujeres ni el consuelo,
Han de torcer mi ruta de novio eternamente.

Ahora que ya conozco lo bastante a los hombres,
Para que no me fíe ni de mi pena misma.

Ahora que los difuntos, en montones austeros,
Son incapaces de hacerme verter lágrimas
Porque mis ojos son de cristal y aluminio.

Ahora que ya me olvido de qué es dormir tranquilo,
E imbéciles amigos pueblan mi soledad de compasiones que no quiero.

Ahora que mis dos manos son totalmente inútiles
Porque en clavos con óxido sólo encuentran tu cuerpo.

Ahora que ya mi boca pudiera cerrarse eternamente,
Porque tus salobres ingles, tus sustanciosos huesos,
Ya ni me pertenecen.

Ahora que ni cuchillos, ni pistolas, ni ojos envenenados,
Me hacen temblar de miedo, porque un solo veneno
Es quien late en mis pulsos.

2

Ahora, ahora mismo,

En este instante idéntico a niña embarazada,
En este instante mismo en que la sangre se agolpa por mis sienes

En este instante, oh muerta!, en que navajas, tréboles,
O espartos moribundos dan sabor a tu boca,

En que huracanes trémulos, musgos recién nacidos,
O gusanos sin boca son dueños de tus senos,

En que la tierra inmensa te ahoga por la garganta
Por un instante no mayor que un beso,

En que lágrimas huecas o mechones de pelo perfectamente inútiles

No son lo que yo quiero: que es tu presencia misma,

Que es tu carne dorada donde yo me dormía,
Que son tus piernas tibias, tus muslos abarcados,

Tus fecundas caderas donde yo cabalgaba
Como un verano, hasta que te rendías,

Tus fortísimos brazos con que, toda desnuda,
Me levantabas sobre tu cabeza…

En este instante en que un dolor inmenso
Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,

Yo te prometo, oh dulce esposa mía asesinada,
Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,

Colgar tu atroz recuerdo cada noche de un pelo,
Y que desiertos de tinieblas moradas

O amargas noches de insomnio y sobresalto
Sean incapaces de ahogarme como a un niño.