VII
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar siquiera para que nos oiga.
Cada minuto es la saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a la fiesta
pues cuando regresamos, inevitablemente,
alta la noche, al entreabrir la puerta
la encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar viviendo
porque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigo
ni la entrega violenta
al círculo cerrado de sus brazos.