Una mañana acorde a la estética de un pintor de la época Tang:
viento en la gran acacia del jardín,
lluvia de flores amarillas.
Ella, por precaución,
se ha quedado en la casa y me contempla
a través de un cristal.
Sabe que me alimento del olor de las hojas,
del susurro del aire en la corteza
de los árboles,
sabe que volveré colmada y repartiendo vida por doquier.
Y con cuánta cautela me esquiva entonces la mirada,
con cuánta discreción separa su piel de los objetos tenebrosos,
con cuánta suavidad se desdibuja
para no perturbar la danza del sol en mis cabellos.