Cuando uno de ellos atravesaba el ágora
de Seleucia al caer la tarde,
en la figura de un hombre joven, alto y hermoso,
perfumada la negra cabellera
y la alegría de la inmortalidad en sus pupilas,
los que al pasar le contemplaban
se preguntaban uno a otro si alguien acaso le conocía,
si era tal vez griego de Siria o un extranjero. Pero algunos
que le observaban más atentos
comprendían y se apartaban.
Y mientras él, bajo los pórticos,
entre las sombras se perdía y la luz tenue del crepúsculo
hacia los barrios que despiertan
sólo en la noche para la orgía,
la embriaguez y la lujuria y todo género de vicios,
admirados se preguntaban cuál de entre ellos era éste
y por qué placer equívoco
hasta las calles de Seleucia descendía desde la augusta
beatitud de sus moradas.
Versión de José Ángel Valente