Hace frío en los atrios esta noche,
ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra enfría el labio.
Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate al gallo, no,
no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña de las manos.
Y está el Pretorio ró con el alba,
jaspes yertos, columna,
y desnudo, desnudo hasta la sangre,
nos desnudamos, rito, sobre el lecho, cordeles lacerantes
de los besos, caricias aprietan,
tiran, tinta la res del sacrificio,
soldados, carcajadas, extinguidas antorchas humeantes,
oh qué hambrienta vesania, brasas, bocas
ardiendo, crepitantes leños rojos,
la túnica de loco arrodillado busca,
ya no blanca, ni grana, ni violeta,
sí rígida por las costras,
por el rayo fulmíneo que derriba
y no apagues la luz quiero verte los ojos,
averigua quién te dio el golpe,
el mazo martillea los clavos en la fragua,
tafetanes ungiendo sacerdotal desdén,
y tú me quieres, vino nuevo embriagando mis venas,
arterias al ocaso como dalias,
no apartes este cáliz, esta hiel, está el campo
del alfarero ya comprado con las treinta monedas,
húmeda arcilla donde clavar alarias plateadas,
plateados placeres, marea embravecida y plateada
luna, tinieblas, rueda el dado ciego
y un vaho de hedor sube de los sepulcros,
pliega tus alas sobre mi carroña,
sobre mi carne viva,
suave buitre ígneo, rapaz tormenta deseada,
lluvia sangrienta empapa el monte oscuro,
la adarga, los arneses, fluye cárdena
sobre las blancas sábanas, los lienzos taponados de rubíes,
no caiga sobre mí la sangre de este justo,
pues sólo quise amarte.