Vocación del tiempo de André Cruchaga

Para Blanca Mateos, por sus desvelos e insomnios;
Por hacer de la poesía panes repartidos.

1
El tiempo. El tiempo. El tiempo.
A cada paso estamos librándonos de sus abrazos
Oímos masticar sus aguas asfixiantes
Imaginamos su risa y callamos…
De repente toca los balcones de la duda
los poros del temblor en las costillas
y las sienes. Lo pensamos a veces
con su lengua los balcones de la sangre.
Ah, Blanca, el tiempo. El tiempo.
Vas dejando la luz para que el agua de las palabras
de noche o día indague en el brillo de la risa
y la bebamos con el destino que nos prodiga el vino.
A menudo, Blanca, el tiempo es un perro ciego
o una larga romería donde muere el prójimo
o la calle donde pintamos legumbres suculentas
o la camisa donde se garabatean poros
o el aroma todopoderoso que nos abre la Esperanza
o la mar que pica con sus llaves de espuma
nuestros combates cotidianos
o la luciérnaga que nos regala su fugaz itinerario.

Cuando te acuestas prolongada la noche y amanece
un fuego invisible se convirtió en gladiador de esos afanes
y fija, mirando tras la ventana, los pensamientos
sueñan músicas que sangran por el costado.

El tiempo. Rascacielos donde se abren todas las estaciones
donde la conciencia jadea en el respiro de los pájaros
en la magia de hilvanar los hilos de la memoria.
El tiempo: ciudad, mujer, hombre, árboles, bosque, ríos, trenes
que llevan en el ojo de los rieles un remanso trashumante…

2
Guardamos en la memoria
las rosas que hacen los meses
con su tejido de horizontes.
Luego se descifran códigos
Y ese verde del polen que sueña
En las colina de la vida,
En los fonemas del combate,
En la cintura oceánica de la espuma.

En la calle desafiamos la bandera del viento
Y el bosque de los puntos cardinales.

Desmenuzamos la angustia de las alas.
Escalamos territorios. Lanzamos la red
De nuestros pensamientos,
Como enloquecidos relámpagos,
Hacia el río de las palabras,
Palabras viscerales que navegan
Como esos barcos que recorren
Aguas de nostalgia.

3
Nos sumergemos en cada instante
En el tiempo: Espejo creciente
Que nos revela, nos niega o asedia.
La noche se convierte es libélulas,
En trompetas de ceniza u hollín.

El blues deslumbra con su luto.

La luna, silba con su insomnio alucinante
Entre las sabanas del cierzo.

Somos pájaros, astros, oráculos
De esa vida que siempre abre balcones
Al aguacero del escalofrío,
Al delirio profundo de los sueños.
Una palabra nos desgarra:
La palabra mundo.
Mundo de aquí sin afeitarse,
Mundo de la indiferencia,
Mundo diluyendo los años,
Mundo del relámpago,
Mundo que se hace noche
Mientras la imagen de la ciudad nos extravía
Con sus pesadas piedras
Y sus pájaros moribundos.

Una palabra, sin embargo,
Se hospeda entre escombros:
la palabra poesía
Que abre sus ojos aleteantes tras las ventanas.

4
Ha sido en agosto. En agosto. Cierto:
Soñar y recordar al invierno.
Todo ha sido como en los muelles,
O las estaciones de los ferrocarriles,
Como el horizonte que nos aroma con su lejanía.
El explorer borra todas las distancias.
El poeta se vuelve transeúnte de relámpagos
En un espacio donde las puertas,
Son puro espejismo.
Ha sido en agosto. En agosto.
El viajero siente la lluvia en las pupilas
Y un conjuro antiguo
Que despierta de su sueño acompasado:

Es la mano audible y amiga
Que se abre en palpitantes destellos.

5
Todo viaja hacia lo eterno
teniendo vidas efímeras.
La brisa o el viento
Goteando palabras
Humedecen la mirada:
Los labios del tiempo, el halito
De la edad, las colinas del pecho
Los abrojos de la saliva,
Las campanas que gotean
Minutos y segundos,
Dientes que muerden abismos,
Ventanas que nos miran
Con su fuego de agua.
Como magia, los sonidos en espigas,
Buscan el espacio,
El asombro del camino
Que lame el misterio.
Ahora se que la palabra es un nido
Donde respiran los latidos.
Ahora se que todo lo que nombra:
Pájaros, matochos, paisajes,
Tiene una luz que transparenta el césped.

6
El tiempo no muere con nosotros,
ni el crepúsculo en el buche de los pájaros,
ni la brasa que nos consume la sed,
ni los caminos que palpitan,
ni la caverna que a menudo lame los sueños,
ni el silencio de los cuerpos o el insomnio.
No. El tiempo no muere en la hojarasca,
En los amaneceres o en la niebla.
El tiempo no duerme en su aventura de vigía.
A veces, ciertamente, nos desnuda
Y nos atraganta su aliento.
A veces saca sus dulzainas,
Y su pañuelo herrumbro;
Y, aunque rebasa nuestras agonías,
Es solo una profunda sed que aprieta
Los palpitos de la vida.