Musa de juventud, que a la eterna distancia
del olvido dilatas tu perenne armonía,
el último vestigio de una ideal fragancia
hoy sube del jardín de mi melancolía.
Verdor de las praderas cuajadas de rocíos,
tu recuerdo minora la fatiga doliente
con que los corazones de ilusiones vacíos
se pierden en la noche pacífica y doliente.
Hoy que, mudas las voces de todas las virtudes,
me devora el supremo dolor del egoísmo,
purísima visión de muertas juventudes,
cómo pensar que un día naciste de mí mismo.
Cuando, tras horas crueles de fiebre y desaliño,
un minuto de paz me concede la suerte,
la visión melancólica de mis ojos de niño
me agobia con la enorme tristeza de la muerte.