Y chau Buenos Aires

A más de diez mil metros sobre el agua
en el momento justo en que dos ojos verdes
me ofrecen una toalla perfumada
y no puedo concetrarme en la lectura
porque cinco muchachas argentinas suponen
– sin conocer a Hemingway es claro –
que París es de verdad una fiesta a cada hora
no pienso en la sonrisa
o en esa última foto en Medellín
(parece mentira que con miedo)
no recuerdo la camisa rayada la guitarra
y las nubes de las calcomanías
ni siquiera la voz

Volando en el sentido inverso a Magallanes
se han mezclado los cables
en un cortocircuito con chispazos celestes
y desde las Barrancas de Belgrano
sube el olor a enero y los colores de otoño entre
los árboles
y en lugar de Gardel es Fiorentino quien canta
por lo bajo
y me pregunto cómo le explico a esta azafata
portuguesa
que Gardel se murió en el treinta y cinco
que no había nacido todavía
y que sin embargo hoy cuando dejo la Argentina
sobre el asiento de este boeing
que hace escalas en Río y Lisboa
a mí se me enterevera con otras pertenencias.

(los puntos amarillos en los ojos de una mujer querida
los rostros del amor cuando escribía poemas en la
la almohada
los soles que dibujé en su cuerpo
las palabras de un misterioso idioma adolescente
algunos sueños que aún pueden justificar la vida
una ausencia que duele en todo el cuerpo
esa mirada triste de mis hijos
cuando me despiden en Ezeiza
una tormenta eléctrica sobre la Recoleta
cubriendo de relámpagos al alcohol y la noche
unas líneas de Borges que emocionan
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
el humo de los tangos en San Telmo
ese rostro implacable
que choca conmigo en todas partes

Cómo podría explicarle a esta rubia muchacha portuguesa
sin tenerla en los brazos sin amarla
– tan cerca como estamos de este cielo
al que le han desordenado las estrellas –
que Gardel hoy son todos mis recuerdos
y que yo soy Gardel
y no me he muerto.