A Miguel G. M.
Miré en tus ojos
y ya no estabas.
Sólo las briznas
de la espadaña.
Miré tus ojos
que se volaban.
Los perseguían
palomas pardas.
Y en los dos fosos
de la ventana,
miré a la niña
probar las alas.
Miré tus ojos
y no lloraban.
¡Ay de la herida
de luz temprana!
Que el haz nuboso
que atrás dejabas
yo lo querría
cordel de plata.