Miras al fin coronada
por la gloria tu ambición;
y ya, joven aplicada,
tienes la misión sagrada
de propagar la instrucción.
Inflamado de contento,
hoy tu padre te acariña;
porque premia tu talento
los sacrificios sin cuento
que hizo por ti, desde niña.
Bendijo el Omnipotente,
noble joven, la insistencia
de tu aplicación ingente,
poniendo sobre tu frente
la corona de la ciencia.
Esa corona que alcanza
tu instrucción grande y notoria,
es, Cristina, tu esperanza;
porque ves en lontananza
tu nombre escrito en la historia.
El porvenir no te aterra;
porque en tu cándido anhelo,
para tus ojos encierra,
olas de flores la tierra,
mares de estrellas el cielo.
Sigue en tu afán de aprender
conquistándote renombre;
que la virtud y el saber
elevan a la mujer
hasta el respeto del hombre.
Sigue, Cristina, adelante,
y aunque el estudio te abrume,
estudia, estudia constante,
que la belleza ignorante
es una flor sin perfume.
La belleza es flor, Cristina,
que el tiempo marchita y trunca;
pero el saber que ilumina
el alma, nunca declina;
porque ese no acaba nunca.