A las dos de la tarde de Alfonso Quijada Urías

Para todo el silencio de esta mañana basta la suciedad de los corredores
Donde somos la víctima,
La amenaza de todos contra uno; puede que un día cuando todo esto
/ no sea más que el espejo roto
o el tedio de una pobreza honorable, recordar esta casa llena de
/ flores y olor a lavanda
donde sufrimos a Rambaud y nos acodamos en el árbol más viejo
/ a aullar el dolor,
a sacar por la boca el corazón como trapo inservible,
donde arrancamos memorias y accidentes con la intención de
/ procurarnos algo que no tuvimos.
Nos devoramos junto al hormiguero, nos comimos los ojos. No nos
/ queda nada,
esto lo recordarás como la luz de una bombilla decentemente apagada,
donde exhumamos nuestro aliento, cobijados como dos animales rarísimos,
verdá que mañana cuando pongas el radio y escuchés aquellas
/ canciones de otro país
que no es el nuestro sentirás una vociferación distinta a ésta con que
trato de meterme y verás como es de pequeño todo esto: las sillas,
el basurero, las puertas, el espejo, y te darán ganas de regresar
/ como al origen
de algún deseo dudoso, de algo reprimido por temor a no sé qué.
Estaré como otras veces en la silla de siempre donde suelo esperarte
/ con esa melancolía
aprendida en los corredores sucios, el árbol viejo junto al hormiguero
y ese espejo limpio por tu mirada. Tantas veces.