Para todo el silencio de esta mañana basta la suciedad de los corredores
Donde somos la víctima,
La amenaza de todos contra uno; puede que un día cuando todo esto
/ no sea más que el espejo roto
o el tedio de una pobreza honorable, recordar esta casa llena de
/ flores y olor a lavanda
donde sufrimos a Rambaud y nos acodamos en el árbol más viejo
/ a aullar el dolor,
a sacar por la boca el corazón como trapo inservible,
donde arrancamos memorias y accidentes con la intención de
/ procurarnos algo que no tuvimos.
Poemas de Alfonso Quijada Urías
Afuera el río arrastra las corrientes del tiempo:
hojas, flores y animales muertos.
En su rumor despierto. Lejos escucho los gritos de la gente,
aquellos que discuten de finanzas; aquellos que van
de un pasillo a otro pasillo
señalando el gran día que nunca llegó.
Amórica,
lejos escucho el canto del dichosofui:
dichosofui, dichosofui,
pájaro que martilla el yunque en mi oído
más allá de los rieles y las estaciones,
madre del pecho florido,
Amórica,
que te ríes de mí en mis propios huesos,
vagabunda.
De tanto evocar el pasado perdiste el presente.
El que se fue, fue alguien.
Nadie el que regresó.
Nada te pertenece. Nada te ata.
¿Quién habrá de devolverte lo perdido?
A la zozobra tienes por identidad.
Sobreviviente de una patria extinta, eres de los
que vuelven rindiendo testimonio del fracaso,
del que estuvo por último al comienzo de todo.
Te dijo que me suben unas ganas de acostarme contigo;
por eso me llego con Strindberg
hasta la tienda de la niña sofi, bebo algunas cervezas y
me olvido de todo;
un hijo más acabaría con nosotros, te lo aseguro;
me quedo en la mesa de siempre pensando en el poema
que escribiré o en el dinero
que hace falta.
Te debo esta batalla, no así a los que un día me enseñaron a pagar
con otra moneda este oscuro trabajo en que se pierde la memoria,
tú lo sabes por esta caja de pandora, por este temblorcito
/ donde caen las gotas
de algún llover que hace mirar las cosas con un deleite de anfitrión,
/ del que mira
desde los ojos de sus bolsillos un mundo pobre, algo así como un
/ niño matador de insectos,
a esa hora de los invernaderos, de las peluquerías, del solipsismo
/contra lo real
que vive adentro de estas cosas,
de la mierda misma que dejaron los abuelos paternos y que nosotros
/ llevamos con desesperación.
Escribo
Soy una lámpara en medio de la noche
No soy yo quien escribe
Sino la mano esclava de un pensamiento en fuga
Que inútilmente busca un desenlace
Cómo saberlo cuando la vida no termina de vivirse?
El hambre de vivir nunca se sacia
Pasa veloz un tres en la distancia
¿Será la vida misma?
VII
Contra esa opaca envoltura que opaca el mundo la frescura de lo nuevo.
Abajo la opresión: la soga mercantil, la religión bancaria,
Los viejos y roñosos pensamientos, la corrupción: ese hedor milenario;
La suciedad del mundo y el moho que los cubre.
En la vastedad congregada: tu nombre: fulgor en la mirada,
aliento puro de lo innombrable que te nombra.
Te mira el niño en el fondo del anciano, invisible en las visibles
regiones de lo creado. Viento que mueve las sábanas del
sueño, el tiempo eterno: silencioso poder de tu fijeza.
Para el próximo mes habremos engordado hasta decir ya no
caminaremos como cerdos acostumbrados a la siesta,
al casi descanso eterno;
por algo nos criaron celestes,
con el permiso de cometer toda clase de pestilencias.
Este año,
como todos, nos quedamos en casa contemplando el jardín,
meditando
sobre la muerte y el origen del ser.
1
Las paredes están dentro de mí que estoy creciendo contra el suelo.
Una sola palabra me pasea en el agua hasta tocar el fuego.
Infierno del amor de grandes fauces. Conoce la dimensión
De estas puertas el sacerdote del mal.
Manchas de ruidos antiguos en los rincones del patio: sombras
de la mentira
tomando la forma de tu cuerpo y su lugar. La luz te hace
creer en todo lo que alumbra
o devela la sombra del monstruo que habita la penumbra.
Me acuerdo de las lágrimas de un día demasiado hermoso,
me acuerdo del icaco y de las nubes color de hoja de caimito,
me acuerdo de aquella agua que bebía en el cuenco de viejas
dulces manos.
Limoneros y jiotes, qué bella era mi madre limpiándome en la
frente
la picadura del mosquito,
bella como la estrella de la mañana, alta y lánguida,
adornaba su pelo de mestiza con la flor del resedo
y un olor a ricino y a sombra de almendro en torno de sus ojos.
Necesito a mi mamá, con edipiano amor,
sus desayunos humanísimos. La ingenua
libertad de ese niño en sus faldas
suspirando la culpa original. Aquel
domingo de misa, pan y sol y la
muchacha aquella burlándose de mi
amor tontísimo.
Anoche un grillo se metió en mi cabeza y me trajeron a este hospital de Main street.
Necesito una lap, una lap para sacarme este ruido del seso.
Tengo vendada la cabeza, un pie torcido, un ojo que busca al otro ojo con obsesiva crueldad.
II
Nada mío sale de mi boca.
El poema nace pese a mí, Atrás, adelante.
Ajeno. Pese a mí.
Si mi alma combate con mi cuerpo hasta el amanecer
Es nada más por disipar lo que fui,
También lo que nunca seré.
Te besara
recorriera y lamiera
de punta a punta a flor de piel
te habitara y mordiera
feroz humanamente loco
en la más alta sima
de tu cadera alpina
quemándome de tanta inmensidad
de insaciable lascivia
con los dientes amándote
sacándote la música del cuerpo
alaridos y llamas
reventando tus cuerda
desnudándote más
hasta dar con tu cuerpo
el más oscuro y puro
parirte un sol adentro
mi pecado genial
Entonces ves este país del tamaño de un raspón.
Luego un tren en los atardeceres pasa lleno de soldaditos,
que aunque parezcan de mentiras son de verdad,
y ves también los volcanes como manchitas de tinta azul
y no podés hallar una razón (aunque realmente exista)
de por qué hay tantos soldaditos en un país del tamaño de un raspón.
La limonada a sorbos para limpiar la mugre de la garganta en la mañanita
Con un libro que nunca entenderé, enjugando lágrimas
Deslizándose sin saber. Los vecinos bailan con música de Teodorakis.
Mañana escribiré una carta a un poeta que no conozco, luego hablaré
Sobre el posible empleo con el amigo más cercano.
Salgo a esperarla y no llega
La busco y no la encuentro
Regreso con la mente vacía
Duermo Despierto
Salgo de nuevo a esperar
En vano
Llega otro día
Cuando ya no la espero
La veo venir
Abro la puerta
Y la veo lanzarse como una nadadora
En la página blanca.
Ciudad mía, bienamada,
eres doncella sin senos,
N. Y. Ezra Pound.
Y llegó de las alturas el fuego del dios del terror,
y aquellos que aún dormían despertaron sobresaltados
ante la pesadilla de lo real.
Ante sus ojos el fuego, las llamas que se elevan hasta el cielo,
fantasmas cubiertos de polvo, seres de carne y hueso,
presas multitudes de un pavor acariciado por un autor
famoso por sus geniales libros de suspenso.