Adelaide de César Antonio Molina

Era tan hermosa como pude imaginármela.
Los cabellos dorados como el trigo maduro.
Los ojos más profundos que las profundidades
de las aguas tranquilas.
La vi aquella tarde de diciembre
donde son tantos y todos sin meta
los caminos brumosos de la madrugada.
Nos cruzamos en los acantilados.
Nos cruzamos en el Cotillón do Cabo d’Area.
Nos cruzamos en el atrio y entre las dunas de la playa.
La miré con mis mortales ojos la única vez.
Y su silencio fue como el de un jardín cerrado.
Ella no dijo nada.
y yo no dije nada.
Yo iba a donde todos van.
Ella venía de Bristol.