Al borde del antiguo bosque o del lago desecado,
en agosto, tanta lluvia, al atardecer.
Sombras que huyen.
El pájaro carpintero sin llegar.
La calle serpentea lentamente.
Pasé junto con la calle.
Al otro lado la tapia colorada.
Los árboles se movían como antepasados.
Poemas de César Antonio Molina
Era tan hermosa como pude imaginármela.
Los cabellos dorados como el trigo maduro.
Los ojos más profundos que las profundidades
de las aguas tranquilas.
La vi aquella tarde de diciembre
donde son tantos y todos sin meta
los caminos brumosos de la madrugada.
Allí está larguísimo el camino dorado en su mañana.
A un lado, en medio del boscaje, las ruinas plateadas.
Al otro, ningún pasaje secreto.
Miro a mi alrededor:
allí fui la que soy aquí,
aquí soy la que fui allí.
Aunque las olas del río de los sueños
crezcan como un maremoto
y la espuma blanquecina
-danzando una infernal zarabanda-
se ilumine con el esperma de una ballena,
remaremos más aprisa antes de que se vaya la noche
hacia los lugares, en los eternos espacios,
donde aparecen por todos los lados
los nombres que tan bien recuerdan nuestros corazones
y la reliquia de la antigua ruina de los varios mundos.
Caminemos entre la blanca nieve
atravesando el más afilado silencio
con pasos tan suaves y tan lentos
que nunca dejaremos de caminar.
Pisemos su pecho de gaviota blanca,
de colmillo de ballena sin tallar.
Y a donde quiera que no lleguemos,
el silencio se esparcirá como el rocío
sobre el aún más blanco y blando silencio.
¡Oh!, todo estaba encendido.
La música impelía torpemente
hacia adelante y hacia atrás.
Entraban y salían gentes desconocidas.
Y había muchas voces y lenguas diversas.
Pero la que más recuerdo es la tuya,
la que no se oía.
Ella pedalea al borde de una dársena seca
recordando los versos de un examen suspenso.
En este puerto, cuando yo era tan joven,
las lanchas que zarpaban y regresaban
casi se tocaban en este mismo beso.
¿De dónde partió y a dónde llegó?
Cuando nace el sol y es claro, templado, sin nube alguna.
Cuando la luna naciente muestra su luz alrededor
y sus círculos son blancos, amarillos y dorados.
Cuando las estrellas están quietas y muy resplandecientes
y se ven correr, de una parte a otra, exhalaciones.
(variaciones)
I
Quien te ve se vuelve culpable.
Quien no te ve no te deseará.
Pues de todo deseo son los ojos
los culpables.
II
Puse dos yunques a tus pies.
III
Qué mortal tu arco sin flecha
IV
La luz del faro cae al alcance del ahogado
que no encuentra el camino de la oscuridad.
En el viejo jardín de la casa
se recogían las hojas con rocío.
Las gotas del río celeste
con las que escribir los deseos
atados a las ramas combadas de los sauces.
En el viejo jardín de la casa
por el filo del puente de plata
se huía en soledad hacia el Solitario.
I
No es el alma la que tiene
alas
sino el deseo.
El duro deseo de durar,
el duro durar del deseo.
Bajo la luna de rápido parto
el horizonte oculta su silueta
en una sábana de cardos.
Me la encontré,
era una camarera en el Frontón Madrid.
Era la encargada,
o tal vez la propietaria.
¡No lo sé!
El caso es que yo estaba allí
deambulando,
sacado de la cama por unos amigos,
festejando no sé qué que no quería.
Juncos del lago Titicaca,
juncos del antiguo Nilo.
Barcos en el desierto
herrados por el óxido.
Mares de arena.
Trigo, espigas, cebada:
aramos con las anclas.
Cómo quisiera no imaginar
a aquél que desconozco.
Cada uno debajo de su duna
y el sagrado simún sellando todo.
(Sisargas)
Desde la torre veletas de bronce dorado.
La campana sonando en la proa.
La vela que se curva en la curva del corazón.
Y el corazón en la flecha del haz de luz.
Aves errantes se estrellan contra la linterna.
Sacudidas.
Rocas y cenizas desde la pasada madrugada.
El lodo hirviente. La caldera. El mar.
El sueño en la agonía de los espejos estrellados,
de las velas fracturadas hasta las primeras horas de la tarde.
El rumor de labios cobijados
sin saber a quién besar en este mes de despedidas.
Las ruinas del mundo no mueren,
van apareciendo nuevas, vírgenes,
cada ciertos diluvios.
Escondidas en los grandes cenotes
como luna en noche nublada apareciendo.
Las ruinas del mundo no mueren,
van desenterrándose distintas cada ciertos incendios.
Un día el rayo toca con sus cuchillos
los cuerpos del génesis:
Escarba y surgen
sexos fósiles en lechos de lava.
Deslumbrante atardecer, pausado y silencioso.
La hora está en reposo,
tranquila
como un escalador que perdió el aliento,
el cordaje,
en su suprema ascensión.
El sol va rodando apacible
sobre un filamento incandescente.
Se refleja en los fuselajes la paz del cielo.
Pasadizos apoyados en las nervaduras
donde resuena la resolana de la música.
Abandonado, sumergido en el polvo y en la desgracia,
paciente como el más miserable Job
cuya pena interminable, lenta,
apenas vinimos a turbar.
Manos codiciosas la hurgaron en busca de tesoros.
El cielo semejante al canoso mar.
Hojas y ramas combándose al peso del fruto.
Reverdecen los árboles que jamás serán cetro.
Los cardos en luna creciente van sembrándose.
Las cepas dañadas por la azada curan.
El húmedo soplo de los vientos
trae recuerdos.
Un espantapájaros,
en medio de un mar agostado de trigo,
no vigila a nadie
de manera consciente.
Pero no es inútil pues cuida de la ausencia.
Todo el peso del mundo
no puede pesar tanto como el de esta
gata deslizándose por mi espalda
cual doblón de oro entre los dedos
de un verdugo.
En la noche siega la hierba de oro.
Siluetas perdidas viven de su vida,
como yo,
y las estrellas fugaces
que van cual surco abierto
en la espuma del mar tras los buques.
Se diría que su ojo, al que ilumina la esperanza,
también brilla eterno en la otra orilla.
Lugares que me guardan de un olvido necesario.
Palmeras, geranios, sauces que suspiran sobre la
Los días como el óxido que anilla rapaces sobre
Nunca estuve más unido, más próximo a aquella higuera que planté,
ahora que flota en las olas, libre de puntales.
Vienes en la noche de Cuzco con el humo fabuloso de tu cabellera
Mi mano está sobre el desnudo papel de la mesa
y yo a kilómetros de distancia
en tu túnica de tela real finísima,
transparentes ambos cuando al estar mojados
de tinta o mar se dejan ver preformes,
voluptuosos por la oblicuidad del oleaje.