Cuánto trabajo cuesta, cuando la dicha acaba,
admitir que acabó y aceptar dignamente
esa nada terrible que sigue a la hermosura.
Ha cesado el encanto y ya no somos dueños
de aquella llamarada: tanta luz, maravilla
de lo que siendo efímero semeja eternidad.
Ahora vuelven los días a ser hábito triste,
tiempo destartalado en el que va cumpliéndose
nuestro destino de hombres. ‘No puede ser-decimos-
verdad esta indigencia en que nos ha dejado,
de repente, la vida; un mal sueño nos tiene.’
Y removemos, tercos, la escoria de la luz.
Pero nada encontramos. Y respiramos muerte.