Uno
va internándose
en la fatiga horizontal que llega
a seducir los huesos
y el silencio
como si fuesen huéspedes fugaces
o amantes clandestinos.
Y un día
nos sorprende descubrirnos
dueños de una morada
abierta a la intemperie de toda soledad.
Vamos tendiéndonos
junto a nuestra sombra arropándonos con ella.
Hay un cambio de piel
que nos desnuda.
Y la fatiga invade.
Murmura otros idiomas
que no son extranjeros pero emplean
sin voz
otras palabras.
Para no herirnos.
Para no decirnos que hemos comenzado
a habitar el adiós.