1
Cada latido,
pendular, descalzo, regresa al universo.
2
Somos lo que no vemos.
Somos lo que ignoramos. La sombra es la única constancia
del aún estar después de haber huído.
4
Amo
el temblor radiante de mi propia intemperie.
1
Cada latido,
pendular, descalzo, regresa al universo.
2
Somos lo que no vemos.
Somos lo que ignoramos. La sombra es la única constancia
del aún estar después de haber huído.
4
Amo
el temblor radiante de mi propia intemperie.
Las salas enfundadas como inmensas corolas. Y un secreto soleado:
el país de los patios. (Se decía glicina, heliotropo, diamela,
como hoy se dice ADN, sidaico). Aquel cielo privado,
con chicos y canarios y huertos y murales de macetas pintadas,
era de veras cielo.
Uno
va internándose
en la fatiga horizontal que llega
a seducir los huesos
y el silencio
como si fuesen huéspedes fugaces
o amantes clandestinos.
Y un día
nos sorprende descubrirnos
dueños de una morada
abierta a la intemperie de toda soledad.
Comienzo
a perder instantes.
A perderme.
Una décima de segundo.
Un milésimo de silencio.
Nada me despoja.
Todo me desnuda.
Es lo infinito que regresa.
Aprendo
a habitar el esplendor
de mi sombra.
Liebre, venado, faisán.
No me atrae la caza
ni me gusta alinear la carne roja
en bandejas de plata.
Pero el halcón
acaba de traerme tus ojos.
Amo la cetrería.
Mañana
ha de traerme tu mirada.
A Jorge García Sabal y Alfredo Veiravé
Asumo
en huesos frágiles
el esplendor del ser y su destierro
mi médula salvaje
mi ambigüedad
tajeada por las uñas de Dios.
1
El cuerpo.
En los bordes raídos del suéter
de Fedorio
se arremansa la vida y sus historias.
Jamás
me atrevería a proponerle restañar
esos hilos desgastados
reavivar los colores
las zonas percudidas como un abecedario
para ciegos.
Quitárselo
sería desollarlo.
(«La realidad, sí, la realidad
ese relámpago de lo imposible
que revela en nosotros la soledad de Dios.»
Olga Orozco)
Cerebro
el exorcismo
del regreso a casa.
Pero ¿quién vuelve en mí?
¿Aceptarán los muros
la soledad
baldada?
Después de Dios.
Después
de padecerlo en la humana versión
de sus sosías
vislumbramos un dios que se transforma
en soledad de dios
luego de serlo.
Sólo resta
dejar en paz y firmes las heridas.
(a Enrique Molina)
Junto al manso D´Amicis de mi infancia / recela el siglo en celo de sus Emmas rapaces / de sus hembras con filo de alhucema. / El Flaubert de mi madre / huele a hastío / a musgo / a discreción.
(a Elizabeth Azcona Cranwell)
(«la verdad que se busca se pierde, se hace libre» Edgar Bayley)
Con la mitad de mi cerebro
hice un ala de sol para la noche.
Guardo la otra mitad
celosamente: así podré creer
que ya no existo.
(a María Rosa Lojo)
Hemos hablado de los hombres y de cuanto les ocurre a los hombres,
como si la humanidad fuese un planeta inmerso en nuestra sombra.
Hemos creído despoblar el silencio
nombrando cada cosa, encadenándola y encadenándonos
a su significado.
Quién soy,
sola de mí, para violarme
con verdades ajenas
si aún las propias no han sido
deslindadas.
Quién se interna en la palma de mis
manos
luego de cercenarlas.
Quién me vacía, huye y no regresa
sin despojarme de la amarra.
Tenía un grillo entre las sienes
y sabía decir mariposa.
Lo demás lo ignoraba.
Un día descubrió que Dios no era una alondra.
Otro día
les dijo a las simientes
que sería más lindo brotar alas.
Al fin
se convenció de que en el mundo
hay demasiadas cosas sabias.
La veo
trabajar en cal pensante
como si su lujuria de tinieblas le permitiese
inscribir en tierra todos los nombres
de la soledad.
Pero aún no pudo enterrar
mi sombra.
Tampoco
la ración de sangre sola
que cada muerto cava en humildad.
La toma de conciencia
de haber sido burlados a destiempo
llega después
cuando el morir se ha vuelto
un latido obsesivo.
y acompaña los pasos.
Aquellos
padres hondos
de que habla Valery
siguen interrogándonos.
Nuestra orfandad
responde desde su alta mudez.
Eterno diálogo.
Quizá el más cercano
de nuestros habitantes sin rostro
el más cauto
sabe que traficamos con la idoneidad
de un Judas
que sonríe a la hora de los pactos.