Tus treinta años se fueron y los míos
son trescientos milenios a la vera del mundo,
junto al arco vencido de un puente que atraviesa
mi arquitectura inmersa en la penumbra.
Tus treinta años tenían la claridad del río,
la simetría del agua anegando las simas,
culminando los pozos.
Yo, con tocado rojo, blanca la vestidura
vestal de mi condena, pasaré treinta siglos
al amor de la lumbre impasible del templo.