(una historia verdadera)
Cuando nos pasamos por vez primera
Nos pareció un poco grande. No, hay que decirlo, muy grande…
Era en realidad un aparta-estudio pequeñito,
de cincuenta metros cuadrados y dijimos,…no tenemos nada, solo un colchón
y dos maletas viejas, pero nos amábamos y eso era suficiente.
Comíamos lechugas y atún de lata
y nos parecía
que ese manjar de supermercado nos iluminaba.
Éramos adictos a la meditación trascendental y asistíamos a las conferencias de Suami Vedanta Krisnamurthi. Practicábamos el yoga y la magia sexual del lejano oriente.
Tantra puro y duro.
Cuerpo a cuerpo, cabellera contra cara,
sin limite de tiempo.
Kundalini exacerbado,
de la noche a la mañana.
El ayuno obligatorio nos hacía ligeros. Y nos daba poderes extrasensoriales, percibíamos un brillante futuro,
caminábamos por el techo y estudiábamos en los parques aledaños y claro esta, escuchábamos un poco de música, (Rick Weimman, Alan Parsons, y Rabir Chankar,) en un radiecillo de tres bandas que conseguimos poco después con nuestros primeros sueldos dando clases y cuidando ancianos.
Mientras mirábamos por las ventanas
cómo la gente caminaba de prisa
a sus pequeñas actividades cotidianas.
Nosotros
por nuestra parte, trabajamos horas extras y estudiábamos por la noche.
Así pasamos casi un par de inviernos y cuatro primaveras.
Mi esposa tenía una larga melena rubia con trenzas indias y yo lucía una barba de Jesucristo Super-star.
De vez en cuando un cine o un concierto en el Central Park.
La casa se comenzó a llenar de cosas
Lápices y cuadernos
Refrigeradores y un televisor en blanco y negro de segunda,
Luego llego un secador y una vajilla china.
Y después, varios cuadros de pintores del Soho de los cuales nos habíamos echo amigos; mi mujer que era critica de arte les cambiaba artículos que escribía para las revistas universitarias por pequeñas obritas, que llevaban títulos como: Revelación suprematista o Blanco sobre rojo y Rojo sobre rojo, (eran los tiempos del minimalismo y del expresionismo abstracto, que ahora está de moda casi veinte años después, como si acabaran de descubrir el agua tibia.). También habría que contar los jabones, las sábanas, las cortinas.
Y claro está no podían faltar los libros.
Una pequeña biblioteca alimentaba
El hambre insaciable de nuestros curioso espíritus.
Comíamos recetas chinas y de vez en cuando preparábamos unos espaguetis rociados con paprika, que nos dejaban una sensación de napolitana placidez.
Hablando de mi trabajo,
un día se me fue la mano en las prescripciones de la medicina y se me murieron dos ancianos,
posología involuntaria.
Me echaron del trabajo.
Afortunadamente mi mujer
tenía uno en un periódico
(escribía para la columna de la reseña de libros).
Eso nos permitió vivir del cuento por un tiempo.
A los poco tiempo yo logré titularme y
las cosas comenzaron a ir mejor, así que decidimos cambiar de piso y tomamos uno grande con tres habitaciones por si venían los amigos, compramos muebles nuevos y claro está una cama grande, en donde realizábamos proezas sexuales acompañados de champañas importadas y música a todo volumen en el estereofónico.
Íbamos a conciertos de música clásica y no faltábamos a la temporada de Broadway, cenábamos en los restaurantes italianos de moda y claro está la nouvele cousin
Entro a la gama de nuestras apetencias gastronómicas, podíamos comer hasta doce platos en cada sentada.
Íbamos al Moma de Nueva York, y aprendimos a relacionarnos con algunos famosillos de la farándula, mi esposa ya escribía con solvencia para las columnas sociales de los diarios capitalinos.
Yo termine una segunda carrera, mis estudios de mercadotécnia con mucho éxito.
Y me dije bueno habrá que hacer dinero
Todo el mundo está dedicado a ello; entonces invente y patente una formula para hacer patatas fritas adictivas, utilizando ciertos ingredientes que me es imposible revelar y que se encuentran guardados en una bóveda secreta del Chasee Manhattan Bank.
El éxito fue rotundo.
Con las millonarias ganancias
comencé a especular en la bolsa;
el cuerno de la fortuna vomitó oro a manos llenas.
Simultáneamente mi esposa publicó varios bets-sellers,
sobre princesas que se enrollaban con sus guardaespaldas, espías que se enamoraban de clones cibernéticos-sexuados y que luego eran rescatados de parques jurásicos.
Todos estos temas fruto de sus glamurosas experiencias con la creme de cultura, fueron alabados por la crítica y ubicados en los primeros puestos de las listas de las revistas especializadas.
También se dedico a la decoración de interiores y a la jardinería y que no decir que cocinaba como una diosa.
Necesitamos una casa con piscina. Nuestras comidas eran grandes bufetes de cincuenta y cien invitados,
hijos no llegaban
Pero no perdíamos las esperanzas
Para subsanar este vacío teníamos:
La inseminación artificial.
La fecundación in vitro.
La clonación.
Y los niños vietnamitas.
Los negocios navegaban viento en popa.
En todo el mundo se comían aquellas asquerosas papitas fritas, y nuestra cuenta corriente engrosaba y no paraba.
Nosotros también subíamos de peso a pesar del yakussi y la sauna, y a pesar de tener una mesa de plata horizontal con varias líneas de nazca que aparecían y desaparecían con las visitas de curadores, escritores y actrices de la escalinata dorada de Hollywood; (es decir doncellas que subían trastabillando decididamente hasta el éxito).
Llegue a pesar ciento cincuenta kilos, mi mujer me superaba por escaso treinta kilos. (Ya no queríamos hijos), después de haber dado dos vueltas alrededor del mundo,
Utilizando vuelos charter,
cruceros,
y trenes, sabíamos que nuestro destino estaría marcado por la soledad de los hoteles cinco estrellas, la pesadez de las comidas y la resaca de los vinos italianos y las champañas francesas.
Por esto, a estas alturas de nuestras vidas, estábamos más bien interesados, en que nuestras cenizas fueran a la luna. (Tal vez por aquello de la ingravidez.)
Habíamos llegado a ser
un matrimonio peso pesado
Con mucha influencia dentro de la sociedad neoyorquina y logramos comprar algunas obras originales en la Cristhies de Nueva York.(Quinta avenida) antes de los escándalos y todo eso.
Teníamos tres sirvientes, cuatro coches y dos casas de campo. Dos Modiglianis y un Renoir.
Las cosas no han cambiado sustancialmente…
Solo se amontonan, …
los Picassos ya no caben,
las alfombras persas me dan alergia.
Los vinos franceses me provocan agrieras.
No me puedo subir al Ferrarri y mi mujer flota como una ballena en la piscina
desde aquí la observo, con mi viejo winchester de cañón cromado que compré en el club de tiro, (yo he firmado toda mi herencia al club de caza y pesca, mi mujer su parte a la sociedad protectora del babuino Ártico.)
apuntó y disparó,… yerró por un metro o más,
mi mujer no se entera, está sorda.
Y yo me estoy quedando ciego,
tomo mi vaso de whisky on the rocks,
pero eso si, seguiré apuntando y disparando hasta que de en el blanco.
Quiero ver
cómo se tiñe de rojo la piscina.