A Edith Zippericg y Antoni Mari.
Fuera inútil ahora preguntarnos
por qué el estío nos reunió entre sus manos claras
como cabellos que trenzaran un nido,
descifrar el emblema del nombre sobre campo
de trigos,
abrir en gajos
las estelas de azar
o la cita acordada
y ¿por quién?