Decir pestes de él tiene, sin duda,
un sólido prestigio literario
-tacharlo de asesino, por ejemplo,
o compararlo con
uno de esos ciclones con nombre de corista
que pasan y que dejan en los telediarios
un paisaje de grandes palmeras derrocadas
y uralitas errantes,
o simplemente lamentarlo a base
de tardes y de otoños en pálidos jardines-,
pero ahora, con la mano en el poema,
os lo confieso: he sido siempre yo
el que salió ganando de todos nuestros tratos.
A cambio de esa luz sabia y serena
con la que la experiencia ilumina las cosas
a mí se me ha llevado
sólo la juventud, ese divino
tesoro que no sirve para nada
-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos
insensatas de un joven.